Los Pecadores (2025)
Sinners fue algo inesperado. Su estreno me pilló en una semana con mucho trabajo, sin poder anticipar su llegada a los cines. Y cuando lo hizo, generó tal estallido que luego todo fueron prisas para comprobar que toda la habladuría tenía base. La conversación no sólo se centraba en la genialidad de su concepto y su empaque visual, sino que insistía en su gran formato. En Nueva York tenemos la suerte de contar con una de las pantallas IMAX más grandes de los Estados Unidos, y para cuando me movilicé para conseguir entradas en esa sala, la mayoría de los pases estaban agotados. Obvio el “casi”, porque una pantalla de ese tamaño en sus primeras filas es un suicidio. En Oppenheimer me tocó demasiado cerca y aprendí mi lección.
Así que no tuve más remedio que ir a verla un martes a las 10 de la mañana. Lo cierto es que no me importa ir al cine tan temprano. Cuando cubro festivales, me toca sentarme en la butaca a primera hora y no volver a levantarme hasta que cae la noche. Encontramos dos asientos en la fila K, bastante centrados, de, creo, alguien que canceló en el último momento. Suertudos fuimos.
El director, Ryan Coogler, contaba en las redes que rodó la película en doble formato: 65 mm e IMAX. El primero es el formato que ve la mayoría de los espectadores. Los afortunados que tenemos salas IMAX cerca vimos esa combinación. Al principio, me pareció un poco desaprovechado. La película arranca con un par de planos de pantalla entera que logran un efecto guau inmediato. La película avanza y aparece algún otro plano suelto que, sinceramente, sólo consiguió distraerme. Pero, por supuesto, Coogler se guarda el máximo efecto para el final, que se proyecta casi íntegramente a lo grande.
Rodar en IMAX logra una experiencia cinematográfica única, pero es un formato caro y no todas las productoras están dispuestas a pagar. Y Sinners, a pesar de su éxito, no partía como favorita por su concepto arriesgado, del que hablo más adelante. Me recuerda cuando, aprovechando el estreno de Dune 2, repusieron la primera parte en IMAX. Había sólo un puñado de escenas en ese formato, pero para la segunda parte Dune ya era un rotundo y merecido éxito. Así que se estrenó con buena parte de la película ya en IMAX: unos 40 minutos. Comparativamente, Sinners tiene un poco más de la mitad de su metraje así.
Para los que el IMAX os quede un poco lejos, algunos títulos de Marvel se pueden ver en ese formato en Disney Plus. Claro que es en casa en vez de una sala, pero más vale esto que nada. También sé que algunos DVDs juegan con el formato expandido. Lo comprobé con Interstellar. Al pase de esta maravilla de Christopher Nolan sí fue imposible ir, tanto en su estreno como en el de su décimo aniversario. Así que en vez de ir al cine me puse la película en casa y aluciné con las escenas de gran formato. El DVD, sea Blu-ray o 4K, siempre será infinitamente mejor que cualquier plataforma de streaming.
Michael B. Jordan y Michael B. Jordan en ‘Los Pecadores’ (2025)
Si ya aplaudo el apartado técnico que alguien como Coogler sabe aprovechar al máximo, no puedo hacer menos con el contenido de la película. De inmediato me vinieron dos referentes a la cabeza. El primero, y muy lógico, es esa maravilla excéntrica de Robert Rodriguez con guión de Quentin Tarantino, titulada Abierto hasta el amanecer. Aunque en mundos completamente distintos, comparten que la historia contiene vampiros y transcurren durante una fiesta nocturna. Eso es todo. La otra referencia es una de las series más originales que he visto nunca, Lovecraft Country. Para empezar, que exista esta serie ya me parece un milagro. Y sus conexiones con Sinners son más temáticas. Es la genialidad de abordar el racismo contra la comunidad negra en los Estados Unidos con mucha creatividad y un toque de fantasía, sin descuidar su crudeza.
En Sinners encontramos a dos gánsteres gemelos, Michael B. Jordan por partida doble, que abandonan el Chicago de la Ley Seca para montar un club de música blues en el Misisipi donde crecieron. La película plantea la organización del bar donde los chavales esperan no solo forrarse, sino también albergar a una comunidad perseguida por el racismo en un oasis de alcohol, música y, si hay suerte, sexo. El drama se sirve cuando anticipamos la llegada de un vampiro de corte clásico, es decir, siguiendo la mitología de Bram Stoker: estaca en el corazón, ajo en la boca, balas de plata y el sol mortalmente abrasador.
Con elementos familiares, Coogler le da una vuelta de tuerca al género y construye un drama fantástico lleno de emoción. Lo resume en una escena, creo, perfecta. Sin dar spoilers, en el bar tiene lugar una fiesta que une a la raza. Toda la música y estética de todas las generaciones coinciden en un instante en el que se rompen las barreras del tiempo. Es una celebración de la cultura negra y también asiática, porque es otro colectivo perseguido por el racismo y que también toma protagonismo aquí.
Coogler juega muy hábilmente con las relaciones raciales de los años 30, que siguen bien vivas hoy en día. No puede pasar desapercibido a nadie que el vampiro que busca infectar a todos es blanco, y que otro personaje que hace de puente sea lo que consideramos un aliado.
Hay tanto jugo que sacar en esta película: imagen, contenido y, por supuesto, banda sonora de un compositor que va camino de convertirse en uno de los grandes. El sueco Ludwig Göransson tiene ya dos Óscars en el estante, por Oppenheimer y Black Panther, y le caerá otro, sin duda, por Sinners. Además, Göransson aquí figura como uno de los productores ejecutivos de la película. Tan esencial es su trabajo. El compositor rinde un tierno homenaje al blues y lo eleva a la estratosfera con una banda sonora que se consume en bucle.
Hay películas difíciles de alabar en palabras y creo que mi mejor recomendación es que la disfrutes en el cine. Y en sala IMAX, a ser posible.
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